domingo, 15 de enero de 2012

La cabalgata (I parte)

Ayala, Conde de Peñalver, Calle de Alcalá, metro en Manuel Becerra y a Cibeles. Túneles y salida en dirección… ¿cuál de ellas? Hacia donde vayan las familias cargadas de niños.
Llegamos: allí estaba la calle de noche, y la gente, y los lanzadores luminosos que confundimos con fuegos de artificio, y el magnífico edificio de Correos iluminado y más abajo, más tumulto, personas y grupos de personas. Entre la difusa posición en que nos encontrábamos (en algún lugar entre la boca de metro y la boca de Dora la Exploradora) había figuras de vendedores que coloreaban de onírica excursión nuestra presencia allí: seres de mirada rasgada vendiendo globos de colores, morenos bajitos vestidos con escaparates ambulantes (que lejos de parecer grotescos, evocaban un aire nostálgico de juguetes de lata y mujeres vendiendo castañas); había también un Papá Noel algo perdido, un cantante de Operación Triunfo con lindos ojos azules anhelando ser reconocido…
Dedujimos que a mayor proximidad con las vayas del desfile, mejor visión tendríamos del mismo. Así que avanzamos en un silencio de miradas hacia atrás: ¿me sigues, Angy? hacia los montones cada vez menos dispersos ¿por aquí? y más apretados. Como en un juego nocturno de tetris éramos “pieces” introduciéndonos en una maraña  mucho más gruesa que la serpenteante envoltura de la calle que se intuía en televisión. Poco a poco encontramos accesos, vacíos. Avanzar hacia la frontera entre el público y el espectáculo era misión imposible aunque no dejé de desear llegar en toda la noche. Hicimos tres paradas, avanzando tres posiciones como quien no quiere ya la cosa. Detenidas frente a una agotadora suma de cabezas, muchas espaldas con sus respectivas cazadoras, anoraks, saharianas, rebecas de lana, plumas, ponchos, chaquetones… De pronto todos los niños empezaron a gritar ¡Pocoyo! ¡Pocoyo!

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