sábado, 21 de enero de 2012

La cabalgata (II parte)

Y nosotras instintivamente saltamos buscándole con cierta emoción… nuestros cuellos se estiraban, nuestras cabezas evocaban el ángulo adecuado, y no exageraré con los límites de lo natural de la órbita de nuestros ojos, pero no será porque no se intentara. Sólo conseguimos ver la cabeza de un perro gigante que parecía el cachorro de Scottex… nos miramos preguntándonos decepcionadas: ¿dónde está Pocoyo? ¿Ese es el perro de Scottex? Nuestra mutación en radares inútiles nos desinfló ligeramente, así que decidimos gravitar un poco más en el bulto en el que estábamos bien metidas. Había algunos pequeños huecos, estacionamos a la derecha de una familia de alemanes, detrás de mí dos gays, delante, a dos metros y al sureste parejas adolescentes que aprovechaban la invisibilidad de todo y de ellos mismos para darse el lote… Menos mal que también había niños. Me alegraba tropezarme entre tanto adulto, con sus caras de alegría perpleja. Y sin embargo, qué paradoja, ellos que estaban ahí, en posición preferente, cómodamente alelados, ellos que sí veían ¡no se estaban enterando de nada! No miento si digo que parecían más contentos sus padres que ellos…
En fin, lo dejamos estar aunque algunos chiquillos, incluso aquél que nos llegaba a la barbilla, nos transmitían esa dulzura pícara que tan fácilmente se contagia (hay quien lo llama instinto maternal…). Mi hermana ya tenía los pies fríos y el resto del desfile pasó delante de nosotros vacilándonos… Lo más aproximado que pudimos ver a lo que la televisión nos mostraba de niñas fue a los presentadores de la cabalgata que emitían en directo desde una cabina resplandeciente… Ahora que lo pienso, era como la carroza de Cenicienta, blanca, luminosa, con su princesa y su príncipe, pero quieta; delante de nosotros, detrás, el desfile.

martes, 17 de enero de 2012

POST- PRÓLOGO

Esto de los blogs esconde la misma pregunta que todos los aficionados a escribir ya sea su propio diario o sus propias ficciones se habrá hecho alguna vez: ¿para quién escribo? Un blog es como aquellas libretas usadas, que en realidad sólo lee uno solo pero que aspiran, sin duda, a ser leídos o por un alma que te entienda o por millones que, aunque no respiren como tú, pueden compensar bastante. Tú puedes ser ese heart latino o ese anónimo perdido que resbala y da con esto o una cifra + que engrose la lista de seguidores (ups, si no tengo)

Este blog reposa en la blogosfera, en la mesilla de tu peor enemigo o bajo la almohada de tu admirado compañero de faenas o bien tirado en la calle, cerca de un contendor (tentativa frustrada de esconder confesiones íntimas y notas secretas). Está entreabierto, con sus líneas bailando flamenco, pataleando, gritando por soleares… Señores, que las tres y una persona nos acompañen.

domingo, 15 de enero de 2012

La cabalgata (I parte)

Ayala, Conde de Peñalver, Calle de Alcalá, metro en Manuel Becerra y a Cibeles. Túneles y salida en dirección… ¿cuál de ellas? Hacia donde vayan las familias cargadas de niños.
Llegamos: allí estaba la calle de noche, y la gente, y los lanzadores luminosos que confundimos con fuegos de artificio, y el magnífico edificio de Correos iluminado y más abajo, más tumulto, personas y grupos de personas. Entre la difusa posición en que nos encontrábamos (en algún lugar entre la boca de metro y la boca de Dora la Exploradora) había figuras de vendedores que coloreaban de onírica excursión nuestra presencia allí: seres de mirada rasgada vendiendo globos de colores, morenos bajitos vestidos con escaparates ambulantes (que lejos de parecer grotescos, evocaban un aire nostálgico de juguetes de lata y mujeres vendiendo castañas); había también un Papá Noel algo perdido, un cantante de Operación Triunfo con lindos ojos azules anhelando ser reconocido…
Dedujimos que a mayor proximidad con las vayas del desfile, mejor visión tendríamos del mismo. Así que avanzamos en un silencio de miradas hacia atrás: ¿me sigues, Angy? hacia los montones cada vez menos dispersos ¿por aquí? y más apretados. Como en un juego nocturno de tetris éramos “pieces” introduciéndonos en una maraña  mucho más gruesa que la serpenteante envoltura de la calle que se intuía en televisión. Poco a poco encontramos accesos, vacíos. Avanzar hacia la frontera entre el público y el espectáculo era misión imposible aunque no dejé de desear llegar en toda la noche. Hicimos tres paradas, avanzando tres posiciones como quien no quiere ya la cosa. Detenidas frente a una agotadora suma de cabezas, muchas espaldas con sus respectivas cazadoras, anoraks, saharianas, rebecas de lana, plumas, ponchos, chaquetones… De pronto todos los niños empezaron a gritar ¡Pocoyo! ¡Pocoyo!